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Una presencia que enriquece la cultura habanera

Por: Reyna C. Turro Caró

La evidente presencia de los árabes en la capital cubana se remonta  a 1593, cuando fue bautizado en la parroquial Mayor de La Habana un morisco oriundo de Berbería, quien tomó el nombre de Juan de la Cruz, según se recoge en documentos, que señalan además la primera impronta árabe en Cuba como hispano- morisca y morisco-norafricana.

El Licenciado Rigoberto Menéndez, al estudiar las estadísticas migratorias encontró pruebas de que, entre l906 y 1913, un 30 % de los árabes que llegan a la Mayor de las Antillas venían de la denominada Turquía Asiática, y otro grupo de países europeos y de toda América.

En la Ciudad de La Habana, los inmigrantes árabes se asentaron mayoritariamente en La Habana Vieja, en una barriada que abarcaba las calles Monte,  San Nicolás,  Corrales,  Antón Recio y Figuras,  también se ubicaron en lo que es hoy Centro Habana, y residieron además en Marianao, Santa Amalia, el Reparto Juanelo y en Regla.

Su presencia se hizo sentir desde entonces en las guerras de independencia, la lucha clandestina, la vida política, cultural, el deporte y en las ciencias médicas, donde descollaron varias personalidades.

Ejemplo de ellas son: Pedro Asef Yara, asaltante al Palacio Presidencial en 1957, Félix Elmuza Agaisse, periodista y expedicionario del Yate Granma, Ñola Sahig, destacada pianista concertista, Said Shelman- Housein, reconocido sastre, innovador de la guayabera, Alberto Juan Torena Danger, doble campeón Olímpico y Mundial de Atletismo y el prof.  Doctor Pedro Kourí Esmeja, relevante científico, entre otros.

El aporte de los inmigrantes de origen islámico y sus descendientes  abarca también la culinaria, la lingüística, y la arquitectura, donde dejaron legados de incalculable valor.

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